No solo en Chile, sino en todo el mundo vitivinícola el cambio climático, en particular el
calentamiento global, afecta el desarrollo del viñedo por múltiples factores, que han hecho que
lentamente se tomen medidas para enfrentar el fenómeno.
Texto: Alejandro Jiménez
Ilustración: Christian Luco
El cambio climático es un proceso que afecta a todo el orbe, y especialmente a la agricultura. En materia de viñedos es un tema sensible porque al variar las temperaturas promedio el proceso biológico de la vid se ve alterado. En términos generales, hay que señalar que en los últimos treinta años ha aumentado un par de grados la temperatura promedio, lo que implica que los procesos de la vis (brotación, floración, cuaja, etcétera) se ven adelantados. Ya sea en La Rioja española o en el Colchagua chileno, eso implica que las cosechas se hayan adelantado entre 7 a 12 días como promedio, en las últimas tres décadas.
En resumen, el cambio climático puede observarse en:
- Adelanto de la madurez de la uva y por tanto de las cosechas
- Ventanas de cosechas más cortas para variedades sensibles al calor.
- Aumento de los grados alcohólicos, en promedio de dos puntos en los últimas 30 años
- Diferencia de temperatura día-noche menor e invierno más cálido lo que afecta el proceso de madurez en general, en particular la fenólica.
- Mayor recurrencia de casos de sequía
- Más episodios de fenómenos meteorológicos extremos.
Pero el cambio climático no solo es “calentamiento”. En abril pasado se registró una de las grandes debacles del viñedo francés. En marzo se habían registrado temperaturas récord, lo que adelantó la madurez de las uvas, pero las dejó expuestas a eventuales heladas. Efectivamente, entre el 6 y 8 de abril se registraron fuertes bajas en la temperatura, que provocaron la pérdida de entre el 30 al 40 por ciento de la producción, algo que no pudieron evitar los miles de braceros que tradicionalmente se encienden para tratar de contener el frío extremo. En el caso particular de Chablis, el aumento de la temperatura ha permitido pasar en las últimas décadas de 600 hectáreas plantadas a más de 6.000, una dulce realidad para los productores, pero de agraz cuando el clima juega en los extremos.
Algo menos dramático, pero en vilo permanente vive Burdeos: a principios de este año el Consejo Interprofesional del Vino permitió el cultivo de las variedades tintas arinamoa, castets, marselan y touriga nacional, y las blancas albariño y liliorila, mejor adaptadas para soportar mayores temperaturas, como una medida preventiva frente al cambio climático. En Chile, las alteraciones que afectan al viñedo han sido estudiados principalmente desde hace años por el Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad del Instituto de Ecología y Biodiversidad y la Universidad Austral de Chile, bajo la dirección de la bióloga y doctora en Ecología, Olga Barbosa.
Este programa se caracteriza por recomendar una estrategia de largo plazo, que no consiste necesariamente en desplazar los viñedos más hacia la zona austral, donde existirían temperaturas menores y más disponibilidad de agua, sin que se centran en el cuidado de la biodiversidad dentro del viñedo, educando respecto al valor del bosque y matorral esclerófilo de Chile Central y su biodiversidad, y su importancia para el viñedo.
“Todos los servicios ecosistémicos alrededor, toda esa naturaleza que le da identidad al vino, no se pueden mover. Si tú te mueves, tiene que ser con conciencia de que algunas cosas van a cambiar”, ha dicho la especialista. Por ello, una de las estrategias esenciales del Programa “es estimular e implementar la creación de áreas de protección de la diversidad dentro del territorio de las viñas” y en el caso de las viñas nuevas o que se trasladen más al sur, “proponemos mejoras en el diseño de los viñedos y desarrollamos prácticas de manejo que minimicen el impacto de esta actividad agrícola sobre la biodiversidad de Chile central y los servicios ambientales que sustentan la provisión de vinos”.
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