Crear corredores biológicos, arrancar plantas exóticas y atraer aves rapaces son parte de las estrategias que se están implementando en el país. A largo plazo, esto facilitará el control de plagas, disminuirá el consumo de agua e incluso podría mejorar el proceso de fermentación.
Suelos con pobre o nula materia orgánica, cambios en las características organolépticas de la uva o una mayor incidencia de microorganismos dañinos en el proceso de fermentación, son algunos de los factores que preocupan a la industria vitivinícola y que han surgido, entre otras razones, por los efectos del cambio climático.
Sin embargo, no todo está perdido. Para enfrentar estos problemas, dicen los expertos, es fundamental desarrollar estrategias integrales, las que permitirán contar con ecosistemas robustos los que serán claves para dotar a las parras de una fuerte resiliencia frente a enfermedades, plagas e incluso cambios ambientales.
“El gran desafío es ir un tiempo adelante y no un tiempo atrás controlando los efectos del cambio climático. Se deben tener soluciones con una visión de mediano a largo plazo para que estas tengan efectivamente efectos positivos, ya que hoy en día estamos llegando”, advierte Roland Sánchez, investigador del Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB).
En este sentido, existen una serie de manejos de gran utilidad para que los viticultores puedan incrementar los organismos y microorganismos benéficos dentro del viñedo.
Uso de corredores biológicos
Uno de los manejos prioritarios consiste en instaurar y mantener parches y corredores biológicos compuestos por especies nativas tanto dentro como fuera del viñedo y entre los cuarteles como en zonas cercanas a estos.
Tales corredores deben ser lo más diversos posible en términos de las especies nativas que se vayan a integrar, pudiendo sumar especies como maitenes (Maytenus boaria), quillayes (Quillaja saponaria),peumos (Cryptocarya alba), boldos (Peumus boldus), lingüe (Persea lingue) y bollenes (Kageneckia oblonga), entre otros.
“Debe mantener e incorporar vegetación tanto en la zona productiva, que corresponde a lugares dentro y entre los cuarteles del huerto, a orillas de caminos, en los deslindes prediales como en el área no productiva como quebradas, remanentes de vegetación y zonas con vegetación aislada”, explica Karina Godoy, coordinadora del Programa de Conservación en Agroecosistemas del IEB y la Universidad Austral.
Esto, además, permitirá que el terreno recupere su diversidad microbiana mucho más rápido en caso de realizar labores como cosecha, aplicaciones de fertilizante, tránsito de vehículos, entre otros, que perturban al ecosistema dentro del viñedo, los que son esenciales para la productividad vegetal.
La experta añade que el objetivo es fomentar la heterogeneidad del paisaje agrícola, en especial en aquellas zonas donde no hay vegetación arbustiva, herbácea o arbórea, lo que permitirá proteger la flora y fauna y además favorecerá al desplazamiento de distintas especies que ayudarán, entre otras cosas, a realizar control biológico de plagas. También, comentan los expertos, esto busca evitar el monocultivo extenso y uniforme, dando mayor heterogeneidad a las plantas existentes en el predio.
“De esta forma el cultivo recibe los beneficios entregados por la naturaleza como al almacenamiento de carbono, previene la perdida de materia orgánica y de los nutrientes en el suelo, aporta con biomasa, mejora su estructura del suelo y reduce la compactación, como también es un refugio de enemigos naturales de plagas”, plantea Godoy.
Arrancar cultivos exóticos y reemplazarlos por nativos
La sequía, en la zona central del país, se ha convertido en un factor estructural por lo que los viticultores tendrán que aprender a vivir con ella. En este escenario, los especialistas insisten en la importancia de arrancar todos los cultivos exóticos invasores que estén dentro o fuera del predio, considerando que, al no estar adaptadas a la zona central, requieren más agua que las especies nativas.
Entre estas especies invasoras destacan el dedal de oro —en actual uso en cultivos entre hileras—, murra/mora (Rubus sp) usado en cercos vivos, retamilla (Teline monspessulana), el aromo (Acacia melanoxylon) para uso ornamental y el eucaliptus (Eucalyptus globulus). Este último, por ejemplo, está siendo arrancado por un viñedo ubicado en la Isla de Maipo.
“Eliminamos eucaliptus de los cerros y levantamos más de 2 hectáreas de chépica para dar espacio a nuevas áreas de viñedo como también a jardines de especies nativas, de bajo requerimiento hídrico”, explica Sebastián Ruiz, enólogo jefe de Viña Tarapacá.
Ruiz añade que también han empezado a manejar cerca de 26 hectáreas que antiguamente correspondían a viñedos y hoy están bajo un proceso de restauración pasiva, permitiendo que vuelvan a estar cubiertos por la vegetación propia del lugar.
Todos estos pasos han permitido que los viñedos sean constantemente visitados por aves, insectos e incluso reptiles que se creían no volverían a circular por esos terrenos. Entre estos destacan tórtolas, tordos, picaflores gigantes, chercanes, el lagarto chillón y la culebra de cola corta, entre otros.
“La mayor presencia de fauna, permite desarrollar una viticultura más sustentable que permite, por ejemplo, hacer un uso más racional de las herramientas de control de plagas debido a la mayor presencia de enemigos naturales”, dice Sebastián Ruiz.
Buscando dar un paso más allá, Ruiz aseguran que desde 2017 comenzaron a trabajar en su “Plan Maestro de Biodiversidad para Viña Tarapacá” el que se está desarrollando en sus instalaciones en Isla de Maipo, en el sector de Naltahua, donde han plantado 58 especies entre herbáceas, arbustivas y arbóreas propias de la Región Metropolitana.
La idea, cuenta Ruiz, es crear una conexión natural entre el Cordón de Cantillana y la cuenca del río Maipo, permitiendo reconstruir una relación natural entre estos dos hitos geográficos. Eso sí, explica que aún no se ha medido el impacto que todas estas medidas han tenido en el vino.
“No se ha podido determinar actualmente un impacto en las cualidades del vino, pero sí en cuanto a las características vitícolas se puede evidenciar un viñedo más vivo y en conexión con el entorno natural, que permita representar de mejor manera la producción de vinos en la cuenca del río Maipo”, destaca el enólogo jefe de Viña Tarapacá.
Colocar perchas para aves rapaces
Otra de las alternativas para favorecer y fortalecer la biodiversidad al interior del predio de forma controlada, sin dañar la producción vitivinícola, consta de instalar perchas o soportes de madera en forma de «T» dentro del predio para que las aves rapaces las usen de apoyo.
Estas deben estar ubicadas dentro del área productiva cercano a corredores biológicos, remanentes de vegetación nativa o islas de vegetación, para crear conexiones entre las diversas áreas naturales existentes y el corredor biológico para que estas especies ingresen al cultivo.
“Esto permitirá el movimiento de estas aves entre los cuarteles proporcionando hábitat adecuados para su permanencia y sobrevivencia en el cultivo”, dice Karina Godoy.
Estas estructuras permitirán a las rapaces cazar y alimentarse con seguridad, cumpliendo el rol de control de poblaciones de especies consideradas como dañinas o invasoras, evitando así que animales como conejos, liebres o ratones, ataquen las parras y dañen la productividad del viñedo.
Fortalecer el suelo vivo con compost
El concepto de suelo vivo hace referencia a que en este conviven y prosperan cientos o miles de organismos y microorganismos que generan procesos que enriquecen ese suelo. Para mantener ese equilibrio, es fundamental que el suelo tenga materia orgánica, en caso contrario, la vida desaparece. Por ende, será de gran ayuda integrar al suelo compost y té de compost creados a partir de la piel de la uva y los escobajos, los residuos que se generan tras la fermentación, así como guano de vaca y paja.
“También ayuda el uso de cultivos de cobertera como el trébol, las leguminosas, la avena y la mostaza entre otros. Estos mejoran la estructura del suelo incrementando la materia orgánica, favoreciendo la retención de agua y la presencia de oxígeno, elementos básicos para un suelo vivo”, dice Noelia Orts, enóloga de Viñedos Emiliana.
A ello, dice Orts, se le debe sumar el uso de insumos orgánicos para fertilizar y controlar plagas, lo que tendrá un impacto mucho menor sobre la microbiota de los suelos si se les compara con el efecto de los herbicidas sintéticos, sales fertilizantes o pesticidas de amplio espectro.
Cómo mejorar la fermentación
La levadura es la que se encarga de transformar los azúcares del mosto en alcohol, generando una serie de compuestos volátiles que le entregan el aroma a los vinos, por lo que tienen un papel determinante en la personalidad y complejidad del producto.
En este escenario, Viña Emiliana lleva más de 20 años creando sus propias levaduras, en base a un manejo orgánico, lo que según ellos les ayuda a alcanzar un producto de mejor aroma. “La diversidad te va a dar mayor complejidad aromática, pero por sobre todo tus vinos van a ser más fieles a su origen, es lo que hoy en día se denomina como terroir microbiológico”, explica Noelia Orts.
Para lograr estas levaduras, explica Orts, llenan la cuba con uva y dejan que las levaduras que naturalmente están en la uva inicien la fermentación y, en casi la totalidad de los casos, se desarrollan levaduras y bacterias beneficiosas.
Eso sí, destaca que sus predios están bajo manejo orgánico, por lo que no garantiza los mismos resultados en un viñedo que use agroquímicos. “Nosotros realizamos agricultura orgánica y nuestros viñedos no se tratan con pesticidas ni herbicidas, lo que sin duda hace que tengamos más diversidad de levaduras, hongos y bacterias que probablemente un viñedo que hace uso de químicos”, apunta Orts.
Energía renovable para disminuir el impacto de los viñedos
Con el fin de reducir al máximo el impacto que produce la industria vitivinícola en el planeta, se han buscado soluciones que aumenten la sustentabilidad del rubro, como lo es la generación de energía eléctrica y térmica en base a residuos orgánicos de la vendimia y el generar biofertilizante a partir del producto biodigestado, gracias a biodigestores.
“Contamos con una estrategia de autoabastecimiento energético, que implica la generación de energía dentro de nuestros predios. La producción energética a través de los biodigestores lo realizamos particularmente en nuestras instalaciones en Molina, lo cual busca abastecer los requerimientos energéticos de nuestras instalaciones industriales y agrícolas en ese lugar”, comenta Bárbara Wolff, gerenta de Asuntos Corporativos e Innovación de VSPT Wine Group, grupo vitivinícola formado por las viñas San Pedro, Tarapacá, Leyda, Santa Helena, Misiones de Rengo, Viñamar, Finca La Celia y Graffigna.
La idea, dice Wolff, es llegar a generar un 20% de energía renovable autogenerada. De hecho, en Tarapacá, ya se abastecen con un 100% de energía renovable gracias a la energía solar. “Dentro del fundo de Viña Tarapacá contamos con instalaciones de energía solar que se han convertido en un eje fundamental en la producción de energía, dando suministro, en parte, a la bodega enológica como también los sistemas de riego”, dice Wolff.